viernes, 21 de septiembre de 2012

∆ 50 euros ∆



Me sacaba por lo menos dos cabezas, llevaba el pelo recogido sobre la nuca; esa tarde se acababa de poner el piercing, el ombligo le dolía y me prohibió tocárselo.

Sin más preámbulos entramos en un edificio gris situado en la calle Valverde, en la entrada del piso franco un gordo medio calvo con una camiseta transpirada de Iron Maiden y acento colombiano le entrego una toalla, vaselina y un par de condones.  En la habitación 
le sugerí que se tumbara boca abajo y separára las piernas, se levantó la falda y emergió un coño afeitado de labios marrones; mojé la yema de los dedos con su saliva y lo acaricié despacio de arriba hacia abajo, cuando iba a meter mi anular me prohibió hacerlo; se acostaó boca arriba y así recosté mi mejilla entre sus pechos blancos. No recuerdo que edad me dijo que tenía, no recuerdo su verdadero nombre ni su apodo, solo recuerdo su olor; una mezcla de crema hidratante y limpia tuberías: una suerte de calor humano. Se encendió un cigarrillo.


Me quedé escuchando sus tripas flotar en el caos, gruñían debajo de la piel: ventanas repetidas de Madrid, multas de tránsito, avisos de se alquila, ambulancias desbocadas por Gran Vía, sobredosis de dolor. Al abrir los ojos, los cincuenta euros se habían esfumado como ceniza entre sus dedos.